A veces ocurre en nuestro trabajo que encuentras personas que dejan huella y con las que conectas tanto que desde el día que las conoces ya forman parte de tu vida. Esto ha sido lo que nos ha ocurrido con la señora Bertini y con su familia. Una familia italiana encantadora, enérgica y con las ideas muy claras. La señora Bertini ha vivido, a lo largo de su vida, entre la Toscana y Baviera. Estuvo en África durante tres meses para adoptar a su hija Nathalie y también ha vivido en Turín y Nueva York. Los únicos escenarios que han permanecido sin cambios en su vida han sido la música y la escritura. Ha sido representante de la carrera de muchos músicos y se ha encargado de la organización de eventos musicales. Anna Bertini, ya desde niña, tenía un sueño: poder escribir y vivir en una isla. Han pasado años, pero su sueño se ha cumplido. Y lo mejor de todo es que nuestra agencia, casas en menorca, ha contribuido a que su sueño se hiciera realidad. Así lo explica ella en este relato que ha publicado en facciunsalto.it
Menorca: la isla que me encontró
Tienes que creer que todo es posible. Tienes que creer que los deseos, incluso los más antiguos, se pueden cumplir.
Mis deseos muchas veces están relacionados con los libros. Muchas veces con libros leídos en tiempos tan lejanos como para ser potencialmente desvanecidos. Incluso este deseo era lejano. Tan lejano que lo guardaba en algún subconsciente que no podía encontrar. Fue el deseo de vivir y escribir en una isla, una isla tranquila. Este sueño tenía que ver con un libro y con un programa de televisión infantil: Vacaciones en la Isla de las gaviotas de Astrid Lindgren, la misma autora de Pipi Calzaslargas. Vacaciones en la Isla de las gaviotas explica la historia de la familia Melkerson, dirigida por Melker, un escritor despistado, padre de cuatro hijos que va a pasar las vacaciones en una pequeña isla de un archipiélago sueco, Saltrakan. Y quedan atrapados por la luz, por la sencillez y por las personas que los acogen y hacen sentirlos como en casa.
La poderosa imagen con la que crecí siempre me hizo integrar literatura, fantasía y vida. La Isla de las gaviotas me acompañó en mis juegos y en todos los lugares en los que me adentraba a vivir el sueño. Entre los diversos personajes yo me sentía Ciorven, una niña regordeta y sincera que iba con un perro San Bernardo.
La isla ha permanecido durante mucho tiempo en mis deseos. He visto y amado muchas islas, empezando por las islas del archipiélago toscano en frente del mar donde nací. Si tengo que elegir algunas, me quedo con aquellas islas con las que me he sentido más identificada.
Entre las islas griegas, me marcó especialmente Sifnos: una isla pomposa y, a la vez, más salvaje que sus islas vecinas.
Durante los años que visité Sicilia y Cerdeña – islas que son cómplices de muchas experiencias inolvidables y amistades verdaderas – me cautivó Motya, la isla fenicia, y Spargi, una pequeña isla del archipiélago de la Maddalena.
En todas estas islas he pensado en hacer realidad el sueño de vivir y escribir en una isla. Pero nunca pensé que sería en las Baleares. Las Islas Baleares eran sinónimo, en los años 80, de ostentosos viajes de bodas de parejas que iban allí sólo para sacarse unas fotos en bikini en alguna playa similar al Caribe. Personas que casi nunca habían viajado y que no se habían movido, prácticamente, ni de su pueblo. ¿Conocéis la canción del verano People from Ibiza? Este hit me recuerda a las Baleares en la década ochentera. Un lugar lleno de turistas, de playas, de discotecas y de hoteles. Un lugar del que todos volvían con el típico recuerdo para la tía y la suegra que habían comprado en el aeropuerto. ¡No, en las Islas Baleares – yo juraba – nunca iré! No me interesan.
Pero son los hijos que con el tiempo todo lo distorsionan. Cuando el pasado invierno mi hija eligió el destino de vacaciones, yo tragué. Iba a terminar mal, lo presentía. Y al final… ¿Dónde estábamos listos para aterrizar? En las famosas Islas Baleares, más en concreto, en Menorca. Las fotos de internet y las guías me daban a conocer una isla muy diferente de las que yo aborrecía. La isla del relax. La reina de la ecología. Una isla que se puede recorrer andando a lo largo de las antiguas rutas de caballos que han sido restauradas. Una isla pequeña, en parte aún salvaje, muy diferente de una costa a otra, con un fuerte carácter mediterráneo y tierra de pescadores.
Faros, rocas lunares, fiordos naturales con playas de arena blanca, bosques mediterráneos y de pinos.
Mahón: una ciudad colonial fortificada con el mayor puerto natural después de Pearl Harbour.
Ciutadella: una ciudad que el estilo mediterráneo ha teñido de influencias anglosajonas; una ciudad hispana con colores andaluces y fachadas barrocas.
Pueblos de cal blanca, aguas de color turquesa, gente cálida y soleada. Los mercados, los olores, el vino, la cocina, etc.
Vamos a relajarnos, vamos a abandonar los prejuicios y… ¡Partiremos!
Los lugares tienen que llegar en el momento adecuado, está claro. Y ese era un momento para mi en el que tenía que decidir algunas cosas. Yo he trabajado por cuenta propia durante toda mi vida y lo que hay que hacer cuando eres ya un poco mayor siempre es un problema para los que no han adquirido una pensión estatal. Entonces yo, que he vivido a caballo entre tres países con diferentes sistemas sociales, al acercarse el momento de mi jubilación me encontraba prácticamente con las manos vacías. Como les pasa a muchos italianos que tienen como único sustento el de su familia – y mientras dure.
Fui a Menorca de vacaciones y regresé que estaba comprando una casa. La compré con el fin de alquilarla y también para ir de vacaciones y pasar el tiempo libre. La idea es que más adelante y pensando en el retiro, irme a vivir allí y escribir. Y puede que acabe montando un pequeño negocio de Bed&Breakfast.
Menorca no es un paraíso fiscal. Quién está en la isla y va a vivir en ella paga impuestos que son caros, más o menos como los italianos. Tiene que pedir permiso y llevar a cabo actividades regulares y declaradas. Incluso debe pagar una cuota diaria para los extranjeros – la tasa turística – que sirve para que el gobierno de la isla pueda realizar proyectos destinados al medio ambiente y a la ecología. No me quejo si las cosas van bien y funcionan.
Quiero pagar los impuestos si estos se me devuelven en forma de servicios y de bienestar, si el coste de la vida es honesto y la gente sonríe y el calor te reconforta trescientos días al año.
No soy yo quien he encontrado la casa, es ella la que me encontró. Es una historia de historias y de personas. Las personas son dos mujeres y un hombre. El hombre es el señor Morrison. No, no es Jim, otro de mis iconos musicales. El señor Morrison es el antiguo dueño de la que es ahora mi casa. Las mujeres son Isabel Petrus, fundadora y gerente de Casas en Menorca ( http://www.casasenmenorca.com ), la agencia inmobiliaria que actuó como intermediaria para la compra y su agente comercial, Emmanuelle, una chica francesa con el pelo de color avellana y la piel clara que se trasladó de París a Menorca. He aprendido que no hay casa hasta que no encuentras almas e historias.
El señor Morrison aún no lo conozco pero estoy deseando hacerlo. Solo lo conozco de cómo me ha dejado la casa y ya se ha convertido en una figura mítica para mí.
Con Isabel ahora somos amigas. Cuenta con un equipo formado sólo por mujeres; una pequeña empresa de mujeres. Le encanta su trabajo y Menorca. Isabel escribe, ha publicado un libro de cuentos. Su hijo es periodista. Emmanuelle es joven, viene da fuera, como yo. Es agradable y limpia, como Menorca. Como mi casa, como debe ser la vida.
Por lo tanto, ahora tengo una casa en la isla de Menorca y un sueño para mi jubilación. Trasladarme allí a vivir, a escribir, a acoger personas y a conocer otras historias.
No es Saltrakan ni son los años 60. Pero los deseos, si tienen la dimensión adecuada en la vida, se realizan. Tal vez no en la forma en que uno se imaginaba pero esto no importa. Aquellos sueños que uno siempre mantiene vivos, en el momento más adecuado, se terminan cumpliendo.